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- Publicado en ALCALÁ. Subasta 8 y 9 Octubre 2025
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ESCUELA ANDINA, FINALES DEL SIGLO XVII- PRINCIPIOS DEL SIGLO XVIII.
San Miguel Arcángel, ca. 1690.
Óleo sobre lienzo. 168,5 x 111,5 cm.
La iconografía de los ángeles andinos comenzó a consolidarse hacia 1660 en un espacio geográfico que se extendía desde el norte del Perú hasta el altiplano boliviano y el actual norte argentino, con Cuzco y La Paz como centros principales de producción y difusión. Estas representaciones emergieron en el marco de la monarquía hispánica y del proyecto evangelizador de la Iglesia católica y proliferaron durante la colonia. Los ángeles militares (arcabuceros, alabarderos o portaestandartes) respondían tanto a la defensa de la ortodoxia tridentina como a la afirmación del poder político de la monarquía universal de los Habsburgo. Entre todos ellos, San Miguel destacó como príncipe de la milicia celestial, vencedor de Lucifer y protector de la Iglesia, cuya presencia fue especialmente significativa en la América virreinal.
En este contexto se consolidaron dos tipologías principales del arcángel. La primera, derivada del modelo creado por Martin de Vos hacia 1580 y difundido en grabado por Hieronymus Wierix en 1584, lo presentaba con palma en la mano y aureola solar, en una clave más espiritual. La segunda, que alcanzaría mayor proyección, fue la fijada por Francisco de Zurbarán hacia 1645-1650 (Ver: San Miguel arcángel | Francisco de Zurbarán | Santander Fundación). Este prototipo sevillano representaba a San Miguel como joven cortesano y guerrero celestial: imberbe, de cabellera rubia y rizada, erguido con porte solemne, vestido con coraza y faldellín acampanado, calzas enteras ajustadas a la pierna y prolongadas hasta los pies, enriquecidas con volantes en las rodillas. Esta fórmula, reproducida en su obrador y difundida a través de discípulos como Francisco Polanco, fue replicada en los virreinatos de Nueva España y el Perú, donde se convirtió en modelo de referencia durante la segunda mitad del siglo XVII. Un San Miguel atribuido a Ignacio Ríes y Francisco Polanco se conserva en el Monasterio de Santa Catalina, Lima (Perú) (Ver: Historia).
La obra aquí presentada responde a dicha tipología zurbaranesca. Sobre un fondo monócromo, San Miguel arcángel se muestra alado como gran guerrero de Dios y príncipe celestial, que arrojó al infierno a los ángeles rebeldes encabezados por Luzbel. Con rostro imberbe y cabellos rubios largos y rizados, respondiendo a los cánones establecidos, viste coraza de guerrero, faldellín acampanado, túnica y calzas enriquecidas con volantes a la altura de las rodillas, recurso característico de la moda cortesana del Siglo de Oro. Con su mano derecha sostiene un bastón de mando y con la izquierda la rodela, atributos que recuerdan su lucha contra los ángeles rebeldes. En el escudo se lee Quis sicut Deus, que significa “¿quién como Dios?”, palabras que según la tradición pronunció al expulsar a Lucifer en los infiernos, acompañado de una cruz como símbolo de su fidelidad a Dios. Porta espada y un yelmo coronado por un penacho de plumas en rojo, azul y blanco, que subraya su condición triunfal.
No obstante, en esta pintura el cromatismo se intensifica y la riqueza ornamental de los textiles se multiplica, en consonancia con la estética barroca novohispana, más inclinada al esplendor visual. La pintura está ampliamente engalanada con aplicaciones de oro, característico de la producción andina, que no solo funciona como recurso decorativo, sino también simbólico, otorgando a las vestiduras un brillo que evoca simultáneamente lo divino y lo sagrado. Los encajes y bordados son típicos de los trajes de la nobleza incaica durante la colonia y transmiten la carga jerárquica y simbólica de los textiles refinados en la cultura andina. Asimismo, esta representación adquiere connotaciones adicionales propias de la región: el penacho emplumado se interpreta en diálogo con los tocados rituales indígenas, reforzando la apropiación local de la figura.
De este modo, esta apropiación ornamental, vinculada al prestigio ancestral de los tejidos y a la simbología del oro en los Andes, transforma la imagen del príncipe de las huestes celestiales en un icono híbrido: heredero del modelo sevillano de Zurbarán, pero reinterpretado bajo la sensibilidad americana. Así, San Miguel se erige no solo en defensor de la fe y vencedor del demonio, sino también en símbolo de poder y legitimidad monárquica en el Nuevo Mundo.
Información adicional
- Precio de salida: 25.000 €
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